El grave problema de la basura electrónica
Un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas, que aborda el problema con foco en América Latina, calcula que en la Argentina cada persona genera unos siete kilos de basura electrónica al año, una cifra que ubica al país en el tercer lugar del ránking regional, detrás de Brasil y México, dos de los mercados con mayor cantidad de usuarios de teléfonos móviles y equipos electrónicos. Según el estudio de la ONU en Brasil se producen cerca de 1,8 millones de toneladas anuales de basura electrónica, mientras que en México, algo más de un millón por año.
En Argentina, al igual que en los demás países de la región, el crecimiento exponencial de usuarios de celulares se tradujo en un aumento de los residuos procedentes de esos aparatos. Se estima que a nivel local cada año se acumulan cerca de 300.000 toneladas de material descartado por los usuarios de la telefonía móvil, un fenómeno que en cierta forma es alentado por las empresas del sector que promueven el rápido descarte de productos a partir de una vida útil cada vez más corta de los aparatos. Cualquier usuario puede comprobar hoy que un eventual arreglo de éstos y otros equipos electrónicos es tan oneroso que casi siempre conviene adquirir uno nuevo, y que además la vida útil del producto en la actualidad se reduce a un año o a lo sumo dos. Es lo que se denomina obsolescencia programada, que ponen en práctica las grandes multinacionales para que el producto se vuelva inservible en un período de tiempo calculado de antemano por la empresa fabricante. De esta manera, el consumidor se ve obligado a cambiar de teléfono móvil -o televisor, computadora, tablet, impresora o monitor- con más frecuencia. Dicho de otra manera, y salvando las diferencias, en los tiempos de nuestros abuelos las heladeras, por ejemplo, podían durar toda la vida, mientras que en estos días un celular, como mucho, puede mantenerse dos años con sus funciones actualizadas, después de ese período lo más probable es que el usuario compruebe que su equipo está listo para ser descartado, por lo que tendrá que salir a comprar un modelo más nuevo con nuevas actualizaciones de software, aplicaciones y prestaciones que invitan a seguir en el vertiginoso círculo de consumo y a aumentar las cantidades de basura electrónica.
De esta manera, en muchos hogares se acumulan equipos electrónicos que de a poco se sacan al basurero para que lo lleve el recolector de residuos. El gran problema se presenta con el destino final de estos productos que tienen entre sus componentes algunas partes que son reutilizables (se calcula que en un 25 por ciento), otras recicables (72 por ciento) y elementos tóxicos (3 por ciento). Distintas organizaciones de defensa del medio ambiente advierten que al no haber una ley nacional que obligue a los grandes proveedores a gestionar los equipos usados, muchos se pierden en el camino. Si bien todos los equipos electrónicos tienen partes, como plaquetas y otros componentes, que contienen pequeñas porciones de oro y plata que pueden ser reciclados, la extracción de esos metales en el volumen existente en la actualidad no es rentable al menos en el país.
Por otra parte, distintas consultoras privadas estiman que entre los años 2012 y 2015 las ventas de celulares promediaron 9,5 millones de unidades anuales en la Argentina, y que el 43 por ciento de los usuarios de teléfonos celulares cambió su equipo antes del año, mientras que un 32 por ciento lo hizo entre el primero y el segundo año de uso. Estos datos reflejan en cierta forma el enorme desafío que deben asumir las comunidades modernas frente a este vértigo tecnológico y confirman la necesidad de generar conciencia sobre la importancia de reducir la velocidad en la carrera del consumo para así atenuar el impacto negativo de estos materiales en el medio ambiente.