Los cazadores de focas situaron al borde la extinción a once especies

Hasta finales del siglo XIX millones de focas eran cazadas cada año en todo el mundo. De ellas se aprovechaba la carne, el pelaje -que servía para la elaboración de gorros, botas o guantes, entre otros-, la grasa -para las lámparas de aceite o para la elaboración de cosméticos-, y el omega 3, empleado en la elaboración de fármacos.
Esta situación llevó a once especies de estos pinnípedos marinos al borde de la extinción, según se desprende de un estudio científico publicado este mes de noviembre en la revista especializada Nature Communications en el que han participado expertos en genética de poblaciones de la British Antarctic Survey (BAS) y de la Universidad de Bielefeld (Alemania).
En concreto, el trabajo denota que dos tercios de las especies que viven actualmente sobrevivieron al apogeo de la caza de focas en cantidades suficientes como para retener la mayor parte de su diversidad genética, que es lo que garantiza su devenir, ya que, a mayor diversidad, mayor capacidad de las especies de sobreponerse a los cambios introducidos de forma no natural.
“Cuando una especie carece de diversidad genética, tiene menos posibilidades de adaptarse a las condiciones ambientales cambiantes o de protegerse contra parásitos o patógenos. Se puede comparar el conjunto de genes con una caja de herramientas: cuantas menos herramientas tenga, menos equipado estará para diferentes situaciones “, expone en este sentido Joseph Hoffman, el investigador principal del trabajo.
Los resultados constatan que un tercio de las especies estudiadas podría haberse extinguido debido a las capturas y que, de hecho, les fue de muy poco. En cuanto al resto, los expertos aseguran que se han recuperado lo suficiente como para que pequeños cambios en el sistema no acaben con ellas.
Según el trabajo, las cuatro especies más afectadas por la pérdida de diversidad genética son el elefante marino (Mirounga), la foca monje del Mediterráneo (Monachus monachus), la foca monje de Hawái (Neomonachus schauinslandi) y la foca anillada (Pusa hispida), que son en las que se centró la caza.
En referencia a ellas, los expertos explican que estas especies poseen sólo un 20 % de la diversidad genética de las que no fueron cazadas con tanta intensidad, lo que implica que los ejemplares de una misma especie son muy iguales entre ellos genéticamente hablando, con lo que todos responderán igual de bien o de mal a los cambios.
En el caso del elefante marino del norte (Mirounga angustirostris), por ejemplo, la población llegó a reducirse hasta pocas decenas de ejemplares y, aunque hoy se ha recuperado hasta más de 200.000 ejemplares, los investigadores vigilan de cerca su evolución porque la especie es más vulnerable a los cambios que otras por la falta de diversidad genética.
Actualmente se estima que se matan cada año 750.000 focas con fines comerciales, la mayoría de ellas en Canadá, Groenlandia y Namibia.

Fuente: ELENA MARTÍNEZ BATALLA - www.lavanguardia.com

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