El peligro de los microplásticos

La palabra microplástico hace referencia a diminutos fragmentos de plásticos que incluyen los que se fabrican para ser usados en productos de limpieza o higiene, o los que provienen de la fragmentación de plásticos más grandes en descomposición, como bolsas, botellas, tapones, redes, etc.
Desde la década de los 60 del siglo XX. la producción de plásticos aumenta año tras año en forma exponencial y, como su recogida no es eficaz, más tarde o más temprano, terminan contaminando el medio ambiente. El problema se agudizó cuando hace unos 20 años se empezó a añadir a muchos productos de limpieza, cremas exfoliantes, cremas dentales, desodorantes, cosméticos y hasta chicles, pequeñísimas perlas de plástico hechas de polietileno (PE), polipropileno (PP) o poliestireno (PS), componentes químicos plásticos, relativamente baratos, a fin de otorgarle a esos productos mayor efectividad.
Los sistemas de filtración de aguas residuales no logran retenerlos y llegan así a los lagos, ríos, mares y océanos donde forman impresionantes “sopas” de basura. Mientras los plásticos de gran tamaño pueden atragantar a los animales marinos que mueren asfixiados, los de tamaños menores pasan a sus intestinos pues los animales los ingieren como si fueran plancton o krill.
Los estudios realizados en la última década demuestran que hay unos 4.000 millones de fragmentos por cada km2 de playas, corales y superficies marinas y se calcula que por año, llegan a los océanos unos 9,5 millones de toneladas de plásticos. De ellos, un 15% a 30% se considera que provienen de pequeñas partículas incorporadas a los productos de aseo y limpieza o desprendidos de la ropa sintética durante el lavado y eliminados por los desagües. También son generados por la abrasión de neumáticos durante su uso.
De uno u otro modo, contaminan el aire, el agua y los suelos y por la acción de los vientos o a través de los cursos de agua, terminan en los océanos. El 70% a 80% restante, provienen de la degradación de grandes objetos de plásticos como bolsas, botellas, tapas y redes. Una vez en los océanos tardan miles de años en desaparecer. Mientras tanto ingeridos por los animales acuáticos entran en la cadena alimentaria y llegan al ser humano cuando se ingieren crustáceos o pequeños peces, incluidos sus intestinos, que contienen los microplásticos.
A fines del año pasado se realizó un estudio piloto en 8 voluntarios de varios países. Durante una semana debían anotar todo lo que comían y bebían y todos debían incorporar alimentos envasados y pescado. Luego se realizaron exámenes de sus materias fecales hallándose plásticos comunes como el propileno (usado en envases de leche y zumos) y tereftalato de polietileno (PET, con el que están hechas la mayoría de las botellas plásticas) y hasta un total de 20 distintos microplásticos por cada 100 g de materia fecal. El estudio demostró que los plásticos llegan al intestino del ser humano cuando en su dieta ingiere moluscos, crustáceos y peces que contienen en sus intestinos los plásticos, a los que se suman los desprendidos en los líquidos de sachets y botellas plásticas. Incluso se han encontrado microplásticos en aguas potables, bebidas como las cervezas y en la sal marina.
Además de los distintos químicos que conforman los plásticos, los fragmentos podrían absorber y concentrar productos tóxicos como los pesticidas. EEUU ya ha prohibido la producción y el uso de esferas de plástico. La Unión Europea estudia la prohibición.
A partir del descubrimiento de microplásticos en heces humanas, además de concienciar sobre el uso indiscriminado de los plásticos en general, urge determinar el impacto y consecuencias que estas partículas pueden producir en la salud de los seres humanos, por sí mismas y por la toxicidad de los componentes que puedan absorber y transportar. Ese es el gran desafío que encierra la palabra elegida por Fundeu, en 2018.

Fuente: www.diariodecuyo.com.ar - María Antonia Sansó Santos

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