La presión mundial contra los zoológicos
No había animal más triste que Arturo. El oso polar del zoológico de Mendoza, el último de su especie en Argentina, se convirtió en uno de los pósters de la causa en contra de los zoológicos a nivel mundial hasta que, apenas el pasado domingo 3 de julio, falleció. Tenía 30 años.
De Arturo se decía que estaba deprimido. En el 2012, su compañera Pelusa murió de cáncer. Ese mismo año había muerto, en el zoológico de Buenos Aires, Winner, otro oso polar.
Dos años después, en el 2014, miles de personas firmaron una petición en línea, exigiendo que Arturo fuera trasladado a un clima más apropiado para su especie. En Mendoza, las temperaturas pueden alcanzar los 30 grados centígrados, que se volvían insoportable para el animal.
Sin embargo, la petición fue denegada porque Arturo estaba muy viejo y muy enfermo, y no soportaría el traslado a otro país.
Así, la vida de Arturo se arrastró hasta el momento de su muerte, el domingo pasado.
El hecho ocurrió cerca de mes y medio después de que las autoridades de Mendoza ordenaran el cierre provisional del zoológico, que se vio afectado por una crisis desde principio de año, cuando ocurrieron varias muertes masivas. Hasta el momento se sabe de unos 60 animales muertos.
La administración del zoológico dijo que las muertes se debían a una epidemia bacterial y al ingreso masivo de visitantes.
Recién este año, otros casos han atraído la atención mediática en torno a los zoológicos, por muchas varias razones.
A finales de mayo, los encargados del zoológico de Cincinati, en Estados Unidos, debieron matar a tiros a un gorila ocidental de llanura luego de que un niño cayera en su recinto. El zoológico fue muy criticado por la decisión de no utilizar sedantes –aunque la comunidad científica defendió, en mayoría, la decisión–. Esta especie en particular de gorila es una de las más amenazadas en el planeta.
Apenas seis días antes, dos leones –macho y hembra– fueron abatidos en el zoológico de Santiago de Chile, luego de que un hombre suicida removiera sus ropas y saltara dentro de su jaula.
Solo horas antes de que se escribiera este artículo, el jueves 7 de julio, otro gorila falleció de forma sorpresiva en el zoológico de la Ciudad de México. Su muerte respondió a un ataque cardiorrespiratorio, del que fue víctima luego de que fuera sedado por los encargados del zoológico.
Ese mismo día, un lince escapó del zoológico de Dartmoor, en el condado de Devon, Inglaterra. Al cierre de esta edición, las autoridades locales habían lanzado una operación de búsqueda por vía terrestre y aérea, pero el gato salvaje no había sido hallado aún.
La organización PETA (Personas a favor del trato ético de los animales, por sus siglas en inglés) es una de las más vocales en la causa.
“PETA se opone a los zoológicos porque las jaulas y espacios limitados privan a los animales de la oportunidad de de satisfacer sus necesidades más básicas”, reza su sitio web. “La comunidad de zoológicos ve a los animales como sus propiedades, y a menudo los vende, compra, presta e intercambia, sin tomar en cuenta sus relaciones establecidas”.
La reacción de algunos zoológicos ha sido variopinta. Mientras que algunos optan por desestimar las críticas y seguir con su misión –o su negocio–, otros han decidido adaptarse.
El zoológico de Buenos Aires, situado en medio de la ciudad, será transformado en un parque ecológico que promoverá la educación ambiental y reducirá de forma paulatina la presencia de 1.500 animales.
El zoológico, uno de los más antiguos del continente –abrió puertas en 1875–, espera marcar una tendencia en su país: el controvertido zoológico de Mendoza, la vieja casa de Arturo, ya prevé seguir sus pasos y convertirse en un ecoparque también.