¿Por qué las tortugas bobas nunca se pierden?
La tortuga boba (Caretta caretta) es una de las especies más grandes de tortugas marinas; su cuerpo, que se encuentra adaptado al medio acuático, puede llegar a superar el metro de longitud y los ciento cincuenta kilos de peso.
Estos quelónidos son cosmopolitas, se encuentran en todos los océanos del planeta, desde el Pacífico hasta el Atlántico, pasando por el Índico. También se dejan ver en el Mediterráneo, en donde son las especies más comunes de tortugas, pudiéndose observar en playas griegas, turcas e israelíes.
Algunas especies anidan en las costas de Florida. Los ejemplares recién nacidos miden menos de veinte centímetros y no pesan más de un kilogramo. Se calcula que tan sólo una de cada 5.000 tortugas marinas llegará a la edad adulta.
Sea como sea, desde allí, y solo unas pocas horas después de nacer, inician un periplo que puede durar hasta veinte años. Se internan en el océano y nadan a una velocidad inferior a dos kilómetros a la hora, mientras se alimentan de jureles, boquerones, chipirones y medusas, hasta llegar al mar Caribe.
Tiempo después reanudan la migración hasta el Atlántico Norte –algunos ejemplares han sido descubiertos en las proximidades de las islas Canarias-. De esta forma, las tortugas bobas pueden recorrer miles de kilómetros.
Hasta hace algunas décadas se suponían que las tortugas utilizaban la posición solar para orientarse, sin embargo, ahora se cree que sus mecanismos de orientación son mucho más complejos. Estos animales dependen de la presencia de magnetorreceptores, unos órganos sensibles a los campos magnéticos.
Hay que tener presente que los campos magnéticos no son uniformes y que existen múltiples variaciones en cuanto a intensidad, inclinación y declinación. Así, por ejemplo, se ha observado que en la zona del ecuador las líneas del campo magnético son casi paralelas y de menor intensidad, mientras que en los polos alcanzan la intensidad más fuerte y la intersección es más pronunciada.
Gracias a toda esta información, las tortugas cuentan con un sistema de localización para trazar un mapa geográfico, como si se tratara de un GPS. La información sobre los campos magnéticos llega a un grupo neuronal que tienen las tortugas a nivel ocular y que, a través de cristales de óxido de hierro, se traduce en señales eléctricas.